El martes 10 de febrero se celebra el SAFER INTERNET DAY 2015 (Día de la Internet Segura) con el lema: "JUNTOS PODEMOS CREAR UNA INTERNET MEJOR
El objetivo es promover un uso más seguro y más responsable de la tecnología y los teléfonos móviles en línea, especialmente entre niños y jóvenes de todo el mundo.
En nuestro centro se van a realizar una serie de actividades para que todos pongamos atención en el uso de estos medios y podamos usarlos sin poner en peligro nuestra intimidad y nuestros bienes.
En algunas aulas comenzaremos por desarrollar la caza del tesoro "Por Internet ¡seguro!" Animamos a los padres y madres a que trabajen en ella con sus hijos.
En la web Internet Segura de Educación de la Junta de Castilla y León se puede ver más información.
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Hablar de la crianza de toros de lidia es adentrarse en un mundo en el que el tiempo se mide al ritmo de las estaciones, en el que la dehesa dicta las reglas y en el que cada decisión del ganadero es una apuesta por la bravura, la fortaleza y la autenticidad. No hablamos solo de animales, hablamos de linajes, de memoria, de un patrimonio cultural que se defiende con el mismo cuidado con el que se protege la naturaleza en la que crecen estos toros bravos. La ubicación y el entorno natural son mucho más que un escenario: son el verdadero motor de esta crianza ancestral.
La ubicación de una ganadería no es un detalle menor. Las dehesas del suroeste español, con su equilibrio entre encinas, pastos y agua, son el espacio perfecto para que el toro de lidia crezca en libertad. El terreno condiciona la alimentación, el carácter y hasta la bravura del animal. Un becerro nacido en una dehesa rica en bellotas, hierbas silvestres y refugios naturales no será el mismo que aquel criado en terrenos pobres y limitados. El toro es hijo del campo, y el campo es la esencia de la ganadería de lidia.
La relación entre entorno y bravura es directa: cuanto más rica y diversa sea la naturaleza, más se fortalecen sus músculos, más se afilan sus instintos y más se consolida su identidad como animal bravo. El campo moldea su carácter con el mismo rigor con el que la genética aporta su herencia.
Por eso, cuando hablamos de ganaderia de toros de lidia, no hablamos solo de una finca o de un hierro, hablamos de un territorio vivo, inseparable de la bravura que produce.
El ciclo vital comienza con el nacimiento del becerro en la dehesa. La madre elige el rincón más protegido, y allí, entre encinas y silencio, trae al mundo a su cría. Ese primer contacto con el entorno natural es decisivo: el becerro huele la tierra húmeda, se alimenta de calostro y aprende, desde el primer instante, que la libertad es su mayor patrimonio.
Los primeros meses son de dependencia absoluta de la vaca. Entre la leche materna y la hierba fresca, el becerro gana fuerza, desarrolla su sistema digestivo y empieza a integrarse en los juegos con otros becerros. El campo no es un decorado, es el gimnasio natural en el que el animal construye su musculatura y su carácter.
Así, cuando vemos toros en el campo, no contemplamos solo animales pastando: vemos generaciones enteras que se forjan en silencio, bajo el sol y la lluvia, midiendo fuerzas desde que apenas levantan un palmo del suelo.
La tradición marca que, a los pocos meses, cada becerro sea identificado mediante el ahijado. Se asegura su genealogía, se inscriben sus datos en el Libro de la Raza y se confirma su pertenencia a una familia concreta. Es un acto administrativo, sí, pero también simbólico: a partir de ese momento, cada animal lleva consigo una historia que lo diferencia de los demás.
El herradero, entre los siete y doce meses, añade el hierro de la ganadería. El calor del metal sobre la piel es una marca visible, pero sobre todo cultural. Cada hierro es un blasón, un emblema, un relato que conecta al animal con siglos de tradición. Con él se garantiza la trazabilidad y el orgullo de una casa ganadera.
La recría es la etapa en la que el toro comienza a ser toro. El añojo descubre su fuerza; el eral, con dos años, empieza a imponer respeto en los juegos; el utrero mide sus cuernos en las primeras disputas; y el cuatreño, al alcanzar la madurez, luce ya la estampa imponente que lo convertirá en protagonista de la tauromaquia.
Durante esta fase, el toro aprende a convivir en manada, a establecer jerarquías y a demostrar bravura incluso en el simple gesto de rascar la tierra o embestir contra una sombra. La naturaleza actúa como maestra: el terreno accidentado fortalece los músculos, las estaciones moldean su resistencia, y la vida en libertad hace del toro un animal único en el mundo.
No es casual que esta etapa despierte el interés de quienes buscan experiencias auténticas en el campo. Las dehesas se convierten en destinos de turismo rural, donde la crianza de toros bravos es parte esencial del atractivo cultural y natural.
La tienta es quizá el momento más esperado en la ganadería. Se trata de la prueba de fuego en la que machos y hembras se someten a un examen riguroso para decidir su destino. Los machos se enfrentan al caballo de picar, demostrando su casta, su fuerza y su capacidad de embestida. Las hembras, en cambio, son evaluadas principalmente como futuras madres.
El objetivo es claro: preservar la bravura. Cada selección es un acto de futuro, un filtro que asegura que solo los mejores ejemplares perpetúen la estirpe. Aquí la genética se mezcla con el instinto, y el criterio del ganadero se convierte en un juicio de valor que condicionará el porvenir de la ganadería.
La crianza del toro de lidia es también ciencia. Los veterinarios supervisan vacunaciones, desparasitaciones y revisiones periódicas que garantizan la salud de la cabaña. Enfermedades como la lengua azul o las infecciones digestivas requieren atención constante, porque cada toro es una inversión de años, un patrimonio genético que no puede perderse.
La alimentación, el acceso a agua limpia y el cuidado en los momentos críticos —destete, herradero, apartados— son aspectos que marcan la diferencia entre una ganadería comprometida y una improvisada. El respeto al animal es el hilo conductor de cada decisión.
Cuando llega el momento, el toro es apartado del resto y embarcado rumbo a la plaza. El proceso se realiza de madrugada, en silencio, con paciencia. No hay margen para errores: un movimiento brusco, un golpe mal calculado puede arruinar años de crianza.
El embarque no es un trámite frío; es un acto de respeto. El toro sube al camión con su porte intacto, sin perder un ápice de bravura. Es el último capítulo de un recorrido que comenzó en la cubrición de sus padres y que se ha tejido, día a día, en la naturaleza.
La crianza de toros de lidia es mucho más que un proceso ganadero. Es un arte en el que la ubicación y la naturaleza no son un telón de fondo, sino protagonistas absolutos. Las dehesas, con sus encinas centenarias y sus paisajes abiertos, son las verdaderas escuelas donde se forjan estos animales únicos. El ganadero, paciente y sabio, acompaña ese proceso con respeto y tradición.
Visitar una ganadería de toros bravos no es solo contemplar animales majestuosos: es entender cómo se funden cultura, naturaleza y esfuerzo humano en un mismo relato. Es escuchar en silencio la respiración del campo y descubrir que, en cada toro, late la historia de un país.