LECTURA 39
Lectura comprensiva 5º
EL TONTO Y LA LISTA
Nadie ignoraba en el pueblo que el más tonto del lugar era Juan el pastor y la más lista su mujer, María.
Un buen día, en que el pastor había salido con su rebaño a apacentar sus ovejas, reparó de pronto que en el suelo había algo de forma un tanto extraña: no era un piedra ni un trozo de leña.
Se acercó para examinar más de cerca aquel objeto y entonces se dio cuenta de que era un maletín viejo, de cuero.
Para divertirse le pegó una patada y, con gran sorpresa, el buenazo de Juan oyó cómo algo tintineaba dentro.
Lleno de curiosidad lo abrió y vio que estaba lleno de unos discos redondos, no muy grandes, que brillaban como el sol.
- Hombre -se dijo el pastor-, me voy a llevar unos cuantos de estos discos a casa para que jueguen los chiquillos; como son tan brillantes les van a gustar.
Nuestro hombre, tan pronto empezó a anochecer, bajó del monte y se dirigió hacia su casa seguido del rebaño. Nada más entrar llamó a sus dos hijos y les dijo:
- Tomad, he encontrado hoy esto en el prado y he pensado que os gustaría. Ya podéis jugar con ellos si queréis.
María, que había estado oyendo lo que decía su marido, se acercó a ver qué era aquello y se quedó muda de asombro al contemplar seis relucientes monedas de oro.
- Oye, Juan, ¿dónde has encontrado esto? -le preguntó la mujer.
- Dentro de un maletín viejo que había entre la hierba del prado. Estaba lleno de pedruscos - Ahora mismo, en cuanto los niños duerman, vamos a ir tú y yo al prado a buscar ese maletín. Es una cosa que vale la pena tenerla en casa.
A Juan el tonto no se le pasó por la cabeza preguntarle a su mujer para qué quería aquel maletín. Se limitó a seguirla cuando ésta se lo dijo y los dos se encaminaron hacia el prado a la luz de la luna.
No tardaron en llegar a él.
Con gran alegría, María descubrió que el maletín todavía estaba allí. Lo abrió, examinó su contenido, lo cogió alegremente y se lo llevó para su casa.
En cuanto estuvieron en casa lo primero que hizo María fue guardar el maletín en un cajón de la cómoda para que quedara bien escondido. Luego, sin que la viera su marido, subió a la terraza con un cesto de buñuelos y empezó a tirarlos desde la barandilla. El marido, que estaba en el portal, gritaba simplemente:
- ¡María, María, ven, caen buñuelos del cielo!
Pero su mujer no le contestó. Ni siquiera bajó.
Al cabo de un rato, cuando vio que Juan estaba en la cocina, María salió a toda prisa de la casa, se fue al establo y obligó al burro a dar la vuelta, de modo que le quedara la cola donde estaba la cebada y la cabeza hacia el otro lado.
El marido no tardó en ir a su vez al establo para dar de beber a las bestias y al ver al burro de aquella manera no pudo por menos exclamar:
- ¡María, María!, ¿has visto cosa más rara? El burro come ahora por la cola. ¿Lo has visto?
María no contestó ni una palabra. El bueno de Juan al rayar el alba se encaminó como todos los días hacia el prado, pero no era él sólo el que aquel día seguía el sendero. Un truhán muy listo y avispado se había enterado de que un rico propietario había perdido un maletín lleno de monedas de oro por aquellos parajes y se disponía a encaminarse hacia allí para ver si podía hallar el paradero de tan valioso objeto.
A mitad de camino se encontró con Juan el tonto y su rebaño. Fingiendo ser todo un caballero se apresuró a preguntarle:
- Buen hombre, ¿podríais decirme si alguien se encontró por aquí hace dos o tres días un maletín viejo? Lo perdí hará cosa de tres días por estos lugares y no puedo dar con él.
Juan el tonto se echó a reír con todas sus fuerzas y luego replicó:
- Claro que no lo encontraréis, caballero. Lo tenemos nosotros en casa, guardado dentro de la cómoda. Yo me lo encontré en el prado y al ver que estaba lleno de pedruscos amarillos y brillantes me llevé seis para que jugaran los chicos con ellos, pero en cuanto María, que es mi mujer, los vio me hizo acompañarla al prado otra vez y nos llevamos el maletín para casa porque según decía ella, era cosa que valía la pena tenerla bien guardada.
Al oír aquello el truhán se apresuró a decir:
- Pues estoy seguro de que ese maletín es el mío. Mucho os agradecería que me lo mostrareis.
- De buena gana, señor. Dejaré el rebaño a un pastor amigo mío para que me lo guarde y ahora mismo podemos ir a casa, si os parece.
- Muy bien.
Ambos se encaminaron hacia la casa de Juan y pronto llegaron a ella. María salió a recibirlos a la puerta y en cuanto la vio Juan empezó a decir a gritos:
- ¡Oye, María! Vengo con este señor. Dice que perdió un maletín y yo le he dicho que lo tenemos nosotros, que los dos fuimos a buscarlo por la noche al prado y que tú lo guardaste dentro del cajón de la cómoda.
- Pero, ¿de qué hablas, marido? ¿te has vuelto loco? Ni tenemos un maletín, ni fuimos al prado, ni nunca vimos tal cosa.
- ¿Qué dices mujer? ¿No te acuerdas que fuimos al prado y luego llovieron buñuelos y el burro comía cebada por la cola?
Al oír aquello el truhán se hizo cruces y dijo a la mujer:
- Usted lo pase bien, señora; quédese con el maletín. Si lo hallaron, bastante desgracia tiene con ese marido que Dios le ha dado.
C.F.M.
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