LECTURA 52
EL PERRO Y EL HUESO - II
Los demás perros se pusieron a gruñir, deseando participar en el banquete. Por eso, el afortunado can se alejó corriendo y no se detuvo hasta llegar a las afueras de la ciudad. Allí podría comerse el
hueso con tranquilidad. Casualmente, se detuvo a la orilla de un río.
Quiso ver si era un buen sitio para beber y se inclinó hacia el agua.
Lo que vio lo dejó rígido de sorpresa. Allí, en el agua, había otro perro, con un hueso en la boca que parecía aún más grande que el suyo.
“¡Ese maldito muchacho debe de haber encontrado otro favorito y le ha dado lo mejor que tenía!”, se dijo.
Con un gruñido de enfado, el perro abrió la boca y dejó caer su hueso para tomar el otro con los dientes. Pero el agua se agitó y el hueso se perdió de vista.
Demasiado tarde el perro se dio cuenta de su error. No había visto otra cosa que su propio reflejo en el agua. Había dejado caer su precioso hueso en la corriente y se había quedado sin nada.
Desesperado, el can volvió a la ciudad.
-¡Hola, Bienve!- le dijo el muchacho al verlo-. ¿Cómo has vuelto tan pronto? No tengo más huesos. Lo siento. Sólo me queda este trocito de grasa de cerdo.
El perro meneó la cola como señal de agradecimiento. A partir de entonces, decidió contentarse con lo que le dieran y no desear lo de los demás.
C.F.M.
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