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Comprensión lectora 6º

A Celeste le gusta ponerse la camiseta del revés. Alejandra, su hermana mayor, le dice que se la cambie antes de ir al colegio.
A Celeste le gustan las tostadas con mantequilla y azúcar que le prepara Alejandra para desayunar.

Todas las mañanas, Celeste y Alejandra van para el colegio. Alejandra siempre deja primero a su hermana a la puerta de clase y luego ya se va para el instituto.
—¿Lo llevas todo en la mochila, Celeste?
—Sí.
—Tómate el bocadillo en el recreo, ¿vale?
—Vale.
—Y atiende bien a la profesora, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Todas las mañanas igual. Pero ese día, Celeste nota que su hermana está rara. No le dice que se coma el bocadillo
ni que atienda en clase. Ni le insiste en que a las cuatro en punto pasará a recogerla, que no se entretenga. Ni que salga con el abrigo puesto porque en la calle hace frío. Ni todo ese montón de recomendaciones con las que la bombardea cada día antes de meterse en clase. Está claro: algo le ocurre a Alejandra, y eso le hace estar toda la mañana despistada mientras emborrona de círculos y cuadraditos encadenados varias carillas del cuaderno. Menos mal que están sus amigas Marta, Gema y Estela, con las que consigue distraerse y jugar en el recreo. A las tres en raya, a la peonza, al un dos tres al escondite inglés sin mover los pies.
Cuando sale del colegio, ya la está esperando Alejandra. Está ahí plantada, moviendo la pierna como si tuviera un
calambre permanente.
—¡Por fin sales! Venga, vamos para casa.
Qué raro. No se ha fijado que no lleva el abrigo puesto… con el frío que hace.
Todas las tardes, las dos suelen pasar por el callejón dulce, es así como lo llaman ellas, porque siempre entran a
merendar en esa pastelería del luminoso de color chocolate y que huele a azúcar tostado. Pero esa tarde, Alejandra
pasa de largo y Celeste no rechista. Al otro lado de la calle, hay un corrillo de gente que mira embobada a un hombre vestido de cowboy que está quieto, quietísimo, no se le mueven ni los pelos de las cejas. Parece que nadie se atreve a dejarle una moneda en el suelo por si un movimiento brusco les asusta.
—¿Le echo una moneda? —pregunta Celeste.
—No tenemos tiempo, vamos —dice Alejandra nerviosa.
Pero ya alguien se les ha adelantado y justo cuando pasan por delante del cowboy, este desenfunda su pistola y
“¡bang, bang!”. De mentira, claro, pero vaya susto.
—¿Ves? Era peligroso —le dice Alejandra mientras la coge rápido de la muñeca y se la lleva de allí pitando.
No hablan por el camino. No le pregunta por su examen, ni qué ha comido en el colegio, ni qué deberes tiene para hoy, como suele hacer. Cuando llegan a casa, su hermana se mete enseguida en su cuarto.
—Alejandra, ¿me ayudas a estudiar?
—Hoy no hace falta que estudies. Ponte a jugar. O haz lo que quieras. Yo tengo mucho que hacer.
—Vale.
Celeste obedece y se pone a pintar en el enorme pizarrón que le trajeron los reyes estas navidades. Mientras perfila
con la tiza un montón de cuadraditos y triángulos en cadeneta, empieza a escuchar mucho jaleo en la habitación de
su hermana. Enseguida deja las tizas y va a ver qué ocurre. Se asoma a la habitación de su hermana y se la encuentra yendo de acá para allá, abriendo y cerrando cajones y rebuscando dentro de ellos.
—¿Qué pasa? —se atreve a preguntar Celeste.
—Nada, nada, no me pasa nada. Tú a lo tuyo, yo estoy bien, muy bien, estoy genial, no me pasa nada, tú vete,
que yo estoy bien, muy bien. Déjame tranquila.
Está claro que pasa algo, piensa Celeste, pero la obedece. Después de un rato, llega su padre de trabajar. Alejandra
sale entonces de su habitación.
—¿Qué tal el día, hijas?
—Todo bien, papá, todo en orden —su hermana se la ha adelantado y Celeste se queda callada.
—¿Qué tenemos de cena, Alejandra? —pregunta su padre.
—No lo sé, no hay nada preparado.
—No te preocupes, hija.
Eso significa que cenarán huevos fritos, algo rápido, porque ya se ha hecho muy tarde y es hora de irse a dormir.
Cenan en silencio, y Celeste echa de menos las tonterías de su hermana, que siempre les suele hacer bromitas a su
padre y a ella.
—¿Estás bien, hija?
Celeste busca los ojos de Alejandra para ver si dice algo, pero ella se levanta y empieza a recoger la mesa.
—Sí, estoy bien.
Ha dado por terminada la conversación. Abre el lavaplatos y mete en estricto orden cada cosa en su sitio.
—Venga, Celeste, a la cama —le ordena Alejandra seria, muy seria.
—Haz caso a tu hermana, hija —le dice su padre con voz cansada. Ella se va sin rechistar. Su padre la acompaña a la cama. 
—Buenas noche, hija.
—Papá.
—Qué.
—Alejandra está rara.
—Ya me he dado cuenta. Venga, lee un poco, que ya nos enteraremos de qué le ocurre.
Celeste abre el libro por la página veinte, donde lo dejó ayer, y trata de leer, pero no pasa de la primera línea, porque enseguida escucha a su hermana hablar. No entiende lo que dice, pero está alterada, se la escucha más de la
cuenta. Celeste no puede resistir la curiosidad y se asoma a ver qué ocurre. Allí delante se encuentra con su padre,
que también quiere enterarse de algo. Acercan los dos sus orejas a la puerta, y ya sí, la escuchan perfectamente.
—No sé cómo ha pasado, Julia, pero el dinero ha desaparecido.
—(…)
—No, no tengo ni idea. Si lo supiera no estaría hablando contigo. ¡Menuda faena! ¡Todo el dinero de la fiesta se ha ido al garete! Y el viaje de fin de curso también. Los demás me van a matar.
—(…)
—¿Cómo que no es culpa mía? Yo me encargué de guardarlo
y voy y lo pierdo. Mierda. No sé dónde se me habrá caído, o puede que me lo hayan robado, pero cuando salí del instituto lo llevaba encima.
—(…)
—¡No me digas que me tranquilice! ¡Estoy tranquila!
Celeste no puede creer lo que está oyendo. Su hermana, su hermana diez, la que siempre le soluciona los problemas, está en un apuro. Mira a su padre, que también está sorprendido. De puntillas se vuelven y se van para el cuarto de Celeste, que se mete en la cama.
—Bueno, pues ya nos hemos enterado de lo que le pasa. Algo tenemos que hacer, ¿no te parece, Celeste?
—¿Yo?
—Sí. Tú y yo. Ya va siendo hora de que hagamos algo por tu hermana, que siempre es ella la que se ocupa de
nosotros.
Las palabras de su padre se quedan clavadas en su cabeza porque es la primera vez que las escucha. “Siempre es
ella la que se ocupa de nosotros”. Tiene razón.
—Ya me encargo yo, papá — dice después de unos momentosde silencio.
Cuando su padre cierra la puerta de su habitación, su mente empieza a funcionar a toda velocidad, aunque a los siete minutos o así se queda dormida (es de sueño rápido y fácil).
A la mañana siguiente, se levanta con ganas de hacer algo. Algo importante. Algo… no sabe qué, pero… tiene ganas de desayunar.
Durante los dos días siguientes, su hermana está de muy mal humor y se mete en el cuarto de baño más tiempo de
lo normal. No hay tostadas con mantequilla para desayunar. Ni tonterías a la hora de la cena. Mientras, Celeste la observa y la observa, y una idea se va haciendo sitio en su cabeza. Una idea nueva y excitante. Aunque tiene miedo de que le vaya a salir mal, siente como si fuera una camioneta que lleva mucho tiempo parada y por fin ha conseguido arrancar. No sabe por qué piensa esto, pero algo así es lo que la está empujando hacia delante. Y las ganas de hacer algo por su hermana, que, como dice su padre, «siempre es ella la que se ocupa de nosotros».
Para planearlo todo, necesita mucha discreción. Y alguien que le ayude. La discreción está asegurada, porque ella
no suele dejar huellas por donde va. Lo de la ayuda… enseguida sabe que serán sus amigas. A Marta se le dan
muy bien los trabajos manuales. Gema va a clases de pintura. Estela, a teatro. Y ella… Ella pondrá la idea y todo lo
demás. Se lo contará a sus amigas y seguro que deciden ayudarla. Esa misma noche del martes, le dice a su padre
que no se preocupe. Ya tiene un plan.
—¿De verdad, hija? ¿Quieres que te ayude?
—No, papá, ya me las arreglo yo sola.
Qué bien le sienta decirle eso a su padre. Los motores de la camioneta ya están rugiendo. A los siete minutos o así
ya está dormida.
Al día siguiente, mientras vuelven a casa después del colegio, Celeste se atreve a pedirle algo a su hermana.
—Alejandra, hoy y mañana me tengo que ir a casa de Marta a hacer un trabajo de Cono.
—Vale.
—Llegaré para la hora de cenar.
—Vale.
Celeste se sorprende de que no le haya puesto ninguna pega: cómo vas a ir sola, tendrás que merendar antes, ten
cuidado al cruzar la calle. Nada. Parece como que está en otra onda. Pero no dice nada más, tiene ganas de llegar a casa, coger las cosas y reunirse con sus amigas. A la altura de la pastelería, ningún cowboy está hoy al otro lado de la calle.
Si se pudiera enfocar con una cámara y ponerle voz a estas dos tardes que comparten las cuatro amigas, se escucharían cortes de papel, risas y más risas, y la habitación nos olería a cola y a pintura. A Celeste se le ocurre prepararles a sus amigas unas tostadas con mantequilla para merendar.
Sabe muy bien cómo se hacen de tantas veces que lo ha visto hacer.
Para el domingo por la mañana, lo tienen todo preparado. Difícil de explicar cómo las cuatro amigas consiguen llegar
hasta la acera de enfrente de la pastelería del callejón del dulce, cargadas con sus mochilas llenas de bártulos, cajas, alambres y etcétera. Y cómo visten a Estela en un gran traje galáctico de papel pintado. Y cómo esa astronauta que está quieta, quietísima, se convierte en la atracción de todos los que pasan por allí. Y le dejan en el suelo una monedita, gesto que ella responde con un «chof-chof» de agua que sale de su arma intergaláctica. Y luego otra moneda. Y un chorrillo de agua. Y otra. Y otro chorrillo de agua. Y otra… Mientras, Celeste, Marta y Gema recogen el dinero y lo van guardando en un bolsito brillante, tan brillante como la actuación.
Después de dos horas de trabajo duro, deciden que por hoy se acabó el espectáculo. Recogen las cosas y, contentas,
sobre todo Celeste, se van cada una para su casa.
Cuando Celeste llega a su portal, no puede resistir la emoción y sube las escaleras de dos en dos, el corazón de su
camioneta le ruge, pim, pam, pum.
—¡¿Alejandra?! ¡Ya estoy aquí!
Celeste encuentra a su hermana tumbada en la cama, escuchando música tranquilamente.
—¿Qué pasa, Celeste?
—Toma. Un astronauta ha venido de Marte y te ha dejado este regalo. dinero, fiesta garete
—Y le extiende el bolsito brillante, tan brillante como la actuación, con unas cuantas monedas dentro—.
El dinero que se te había perdido.
—Pero… ¿Cómo…? Si yo no…
A Celeste se le mueven todos los pelillos del cuerpo cuando su hermana la abraza y le dice pero qué has hecho, y le tira de la nariz y de los mofletes y la vuelve a abrazar y le vuelve a preguntar pero qué has hecho. Y así un buen rato hasta que Celeste se libera de sus garras y consigue decir unas palabras que le suenan muy pero que muy bien:
—Nada malo, confía en mí.
El padre se asoma a la habitación, pero, al verlas así, desaparece de nuevo mientras murmura «nada, nada, luego
me explicáis todo este alboroto».
—Gracias, Celeste —le dice su hermana—. Ha aparecido el dinero, pero te lo agradezco un montón. Y Celeste escucha cómo su camioneta sale volando a toda velocidad.
A Celeste le sigue gustando ponerse la camiseta del revés. Por las mañanas, es ella quien prepara las tostadas con
mantequilla y azúcar para toda la familia.

Autora: Clara Redondo

1

Pregunta

La protagonista de esta historia se llama...

Respuestas

Estela

Alejandra

Celeste

Gema

Retroalimentación

2

Pregunta

¿Por qué piensa Celeste que su hermana está rara?

Respuestas

Porque le dice que se cambie la camiseta.

Porque no le insiste ni le da órdenes como las cosas que tiene que hacer.

Porque se ha fijado en cómo lleva puesto el abrigo.

Porque no la acompaña al colegio.

Retroalimentación

3

Responde si estas afirmaciones son verdaderas o falsas:

Pregunta 1

Celeste está despistada y emborrona el cuaderno con dibujos de corazones y flechas.

Pregunta 2

En el recreo juega con sus amigas a las tres en raya, a la peonza...

Pregunta 3

Las amigas de Celeste son Marta, Gema y Estefanía.

Pregunta 4

Al salir del colegio la espera su hermana Alejandra.

4

Pregunta

Al pasar cerca de la pastelería hay un personaje que está quieto vestido de...

Respuestas

rapero.

cowboy.

pastelero.

conductor.

Retroalimentación

5

Pregunta

Al llegar a casa su hermana le dice que no hace falta que estudie. Celeste entonces se pone a pintar. ¿Dónde lo hace?

Respuestas

En un lienzo de tela que le regalaron por su cumpleaños.

En un mural que tiene que completar en equipo.

En una camiseta para una fiesta de disfraces.

En un pizarrón que le trajeron los reyes en las navidades.

Retroalimentación

5

Pregunta

¿Cómo se ha enterado Celeste de que su hermana ha perdido el dinero para el viaje fin de curso?

Respuestas

Se lo dijo su padre.

Se lo dijo Alejandra en secreto.

Se lo oyó a su hermana cuando estaba hablando por teléfono.

Se lo oyó comentar a unas amigas de su hermana a la salida del colegio.

Retroalimentación

6

Pregunta

¿A qué llama Celeste "la camioneta"?

Respuestas

A las emociones que siente en su interior.

Al furgón que tiene el panadero.

A los ruidos que oye cuando se va a dormir.

A los consejos de su padre.

Retroalimentación

7

Pregunta

¿Qué están preparando Celeste y sus amigas durante algunas tardes?

Respuestas

Un trabajo de clase.

Una merienda especial.

Un traje galáctico de papel pintado.

Un experimento de ciencias naturales.

Retroalimentación

8

Pregunta

Cuando se le mueven a Celeste todos "los pelillos del cuerpo"?

Respuestas

Cuando su hermana le hace cosquillas.

Cuando su  padre se entera de lo que ha hecho por su hermana.

Cuando su hermana le da órdenes.

Cuando su hermana la abraza.

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