LECTURA 38
Lectura comprensiva 5º
MATAR PARA VIVIR
Chuck estaba más preocupado cada día con la falta de comida para los perros y para él, a quien los extraños alimentos del barón no le gustaban. No conseguía cazar ni pescar, pues los peces debían estar aletargados por el frío. El mar estaba absolutamente helado.
Pero esa mañana, en la que el sol perdido en el extremo de la banquisa parecía más luminoso, Chuk no paraba de contemplar el hielo y le decía al barón:
- Las focas están aquí debajo y tienen que respirar. Hay que buscar los agujeros, hay que mirar al suelo constantemente.
El barón estaba pensativo, imaginando, quizás soñando, con la llegada al Polo. La cúspide debía estar ya próxima.
- Chuk, el Polo no puede estar muy lejos -le gritó al esquimal mientras manejaba un extraño aparato-. El sextante mide ya ochenta y ocho grados.
Chuk no contestó.
El esquimal se alejaba con cuidadoso sigilo, armado de su arpón de punta de diente de morsa sin levantar siquiera los pies. El barón mantuvo un absoluto silencio.
La banquisa presentaba la tersura del cristal, una superficie resplandeciente, con un clima sereno y espantosamente frío.
Un hombre, superviviente de muchos siglos de evolución y lucha, estaba expectante, tenso ante lo que debía haberle parecido el resoplido de una foca bajo la costra helada.
Cuando la foca se decide a respirar lo hace a fondo y permanece unos minutos junto al respiradero que ha perforado.
La foca vuelve a respirar, Chuk avanza y se para. Cualquier pequeño ruido puede ser suficiente para que la foca le descubra.
Chuk se ha quedado quieto con el arpón preparado sobre un pequeño agujero en el hielo, debajo del cual debe estar la foca. El esquimal va a efectuar el rito de la caza. Ha dejado de sentir frío y ha empezado a babear. A ambos lados de la boca le cuelgan unos carámbanos. Es el instinto del depredador natural y primitivo.
Chuk arroja el arpón. Ha debido penetrar en la cabeza de la foca, que se retuerce de agonía.
Con un gesto violento el esquimal iza sobre el hielo el cuerpo estremecido del animal.
Sin perder un segundo toma su cuchillo y le abre el vientre, del que mana abundante grasa que humea por el contraste de temperatura.
Seguidamente el esquimal coge el hígado envuelto en vaho y lo devora. Su boca ensangrentada mastica lentamente la víscera. Luego ya, sin tanta tensión, va partiendo el cuerpo del animal en muchos trozos, que se congelan rápidamente, y los traslada al trineo.
- Qué crueldad- dijo el barón en voz alta-. La vida destruye y mata la vida.
"Todo lo que se come es vida. Es ella misma. Cada sustancia química elaborada por la vida puede ser destruida por la vida -pensó el barón filosóficamente, buscando una justificación a esa escena, que por lógica y natural no la necesitaba, pero que a él, espectador de ese mundo arcaico, le parecía brutal-. La vida no se lleva nada, ni tampoco añade nada, pero todo es utilizado por la vida y vuelto a utilizar hasta llegar de nuevo al principio."
- ¡Vamos ya! Debemos seguir -dijo Chuk.
El barón quedó con los ojos fijos en aquellos despojos ensangrentados sobre el hielo, que algunos minutos antes eran un precioso animal que luchaba también por sobrevivir. Matar sólo para vivir. Ésa era la conducta de la naturaleza, la que había conservado el equilibrio ecológico.
Y reanudaron la travesía hacia arriba, siempre hacia arriba.
El barón se estaba adaptando al Ártico. Se había convertido en un nómada del hielo, que vivía constantemente por debajo de la temperatura de fusión sin lavarse, sin quitarse la ropa. Se alimentaba como Chuk de esa carne de foca cruda e insípida, que el esquimal preparaba cada día y que a él le producía arcadas. Se arrepentía de haberle dicho a Chuk, cuando le conoció en Bahía Turbia, que debía ducharse. ¿Cómo iba a saber Chuk lo que era una ducha?
"Qué ignorantes son muchas veces los hombres que se creen cultos", pensó recriminándose a sí mismo.
El trineo se deslizaba a mucha velocidad tirado por los perros, que habían recuperado su vitalidad después que hubieron devorado los trozos de carne que les tiraron sobre el hielo.
El barón sentía deseos de hablar:
- Dime, Chuk: ¿es difícil encontrar una nueva compañera?
El esquimal no contestó y el barón volvió a hacerle la pregunta.
- Hay pocas mujeres en el Ártico. ¿Verdad, Chuk?
- Sí. Y mucho menos en el Polo Norte -contestó con ironía y sentido del humor el esquimal-.
El Ártico necesita primero a los hombres, que son los cazadores.
No pudieron seguir la conversación. De improviso la superficie de hielo se movió como si se tratase de un terremoto. El hielo se quebró en cientos de trozos. Del aire caían bloques que, como bombas, explotaban al llegar al suelo. La blanca y tersa llanura se había transformado en una montaña de escombros helados. La corriente del océano a veces rompía la costra de hielo con tal fuerza que ocasionaba este fenómeno.
Cuando cesó el estruendo y volvió la calma, ambos exploradores trataron de buscar un camino para rebasar los contrafuertes helados. Durante dos horas tuvieron que ir levantando el trineo metro a metro, con tanto trabajo y desgaste de energías que quedaron agotados.
No habían terminado de recuperarse, sentados sobre unos bloques, cuando una fuerte tormenta les impidió seguir el viaje. La visibilidad era tan escasa que ni a tres metros podían distinguir a los perros, que, inmóviles y enterrados prácticamente bajo la nieve, esperaban el fin del castigo del viento. Éste tenía tal violencia que les obligaba a mantenerse sentados en la tienda sujetándola, pendientes de las ráfagas, que llegaban incluso a levantarlos envueltos en la tela de la tienda.
- Después de la tempestad siempre vuelve la calma -dijo Chuk.
Los vientos arrastraron las nubes, y cuando el fragor de la tempestad cesó, pudieron erguir sus mal trechos cuerpos y salir de la tienda. Entonces contemplaron en toda su belleza una noche despejada. La bóveda celeste mostraba limpiamente las estrellas. Karibú brillaba luminosa y aparecía próxima, justamente sobre ellos.
- Las estrellas han vuelto para guiarnos: el dios Karibú.
Cuando el frío les obligó a refugiarse en la tienda, durmieron sesenta horas seguidas. El barón se sentía feliz.
C.F.M.
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