LECTURA 2
DÉDALO E ÍCARO
Existió hace muchísimos años un hombre llamado Dédalo, que llegó a la isla de Creta en compañía de su hijo Ícaro.
Dédalo era un gran inventor. Por eso, el rey de Creta le encargó unos cuantos trabajos. Entre ellos, unas estatuas maravillosas que podían hablar y moverse.
El rey estaba tan contento con los trabajos de Dédalo que lo invitó a quedarse a vivir en la isla y así poder continuar haciendo inventos.
El rey le mandó construir un edificio para el Minotauro, un monstruo que poseía el rey que era un hombre enorme con cabeza de toro.
Dédalo construyó un enorme laberinto del que era imposible salir.
Para impedir que Dédalo contara el secreto del laberinto a otras personas, el rey lo encerró en él con su hijo.
Un día, Dédalo e Ícaro miraban al cielo, contemplando a las aves que volaban libremente.
Entonces, a Dédalo se le ocurrió la idea de construir unas alas como las de los pájaros, con plumas de verdad pegadas con cera.
Tardaron mucho tiempo en terminarlas, pero por fin un día, cuando las terminaron, se las ataron a los brazos el uno al otro y comenzaron a agitarlas.
Empezaron a elevarse poco a poco, volando cada vez más altos y más contentos.
Dédalo, al ver la altura que habían alcanzado, advirtió a su hijo para que no se elevase más, pero Ícaro, feliz, subía y subía por el cielo azul.
Ícaro se acercó tanto al Sol que el calor de éste comenzó a derretir la cera, y las plumas empezaron a despegarse.
Sin alas, Ícaro no pudo sostenerse en el aire y su vuelo terminó sobre las agua del mar, donde se ahogó.
C.F.M.
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