LECTURA 43
LA VELETA
Don Gregorio, el párroco del pueblo, dio dos pasos atrás, pincel en mano, para contemplar la obra terminada. Dirigiéndose a los mozos
del pueblo, que también enarbolaban pinceles y cubos de pintura, dijo:
- No nos ha quedado mal, ¿verdad?
- ¡Qué va! –respondió Marcial, el pastor -. Parece como si hubiésemos pasado la vida pintando iglesias.
Y todos rieron. Rieron porque estaban contentos de su trabajo; porque habían sido ellos mismos quienes, día a día, poquito a poco, habían dejado la vieja iglesia del pueblo blanca y reluciente como si la acabaran de hacer.
- A mí me parece –dijo Eulogio, el labrador, muy convencido- que no debe haber otra más bonita en toda España...
... Fue Pedro el de la idea. Se quedó mirando hacia arriba, allí donde la torre acaba en una aguja que señalaba al cielo, y dijo:
- A la iglesia le falta algo.
Marcial, a punto de enfadarse, contestó:
-¿Qué le va a faltar? ¿No tiene su campana, que suena a gloria?
¿Y cristales de colores? ¿Y no la hemos dejado majísima con esta mano
de pintura blanca?
1. Sí... pero no tiene veleta.
- ¿Una veleta? –preguntó Eulogio, que jamás había salido de aquellos campos y no sabía nada del mundo -. ¿Y para qué sirve una veleta?
- Para indicar la dirección en que sopla el viento –explicó don Gregorio-
- ¿Y para qué sirve saber de dónde sopla? – insistió Eulogio -. Con saber que sopla, ya es bastante.
Pues sirve de adorno – dijo Mariana, la hija del sastre -. Y así la iglesia estará mucho más bonita.
C.F.M.
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